Puig y Sarduy. Recuerdos literarios

25 Oct

Revista ñ, Sábado 24 de Julio de 2010

Tengo algunos recuerdos personales de estos escritores que no solo cambiaron la representación literaria en América latina sino que murieron de sida y en el exilio. Los dos se asocian para mí con el espíritu de los ’60 y los ’70, con la transgresión y la revolución  política, sexual y literaria.

Con Puig fuimos bastante amigos a principios de los ’70. Vivía con sus padres; yo lo visitaba a la hora de la siesta; las paredes de su cuarto estaban tapizadas de fotos de estrellas y eso me fascinaba y me hacía revivir los 13 años. Cultivábamos lo viejo: veíamos películas viejas y salíamos a vagar de noche por las zonas viejas de Buenos Aires. Más de una vez fuimos juntos  a brujos y tarotistas. Nunca hablábamos de literatura sino de nuestros nombres o nuestra presencia pública en la sección literatura. Puig pudo ver claramente la relación directa entre los medios y la literatura  que se abrió en América latina en ese momento, y que es el centro de su escritura.  Escribía de mañana, iba todos los mediodías al correo, y a la tarde visitaba sistemáticamente, cada dos o tres días, a los amigos de las redacciones de los diarios y revistas de moda. Les llevaba su foto estilo Tyrone Power y alguna novedad sobre su obra. El escritor ya es, en ese momento, un personaje mediático. La materia de la escritura proviene de la imagen, y el centro de la escritura es la transgresión.

Antes de Puig la literatura se escribe con una biblioteca (aunque sea una biblioteca pobre, de folletines y libros baratos, como en Arlt) ; en La traición y también en De dónde son los cantantes la literatura latinoamericana se escribe con la radio, la televisión y el cine. Con Puig entra en la literatura lo que se llama la cultura popular argentina, con su mezcla de localismos y de imperialismos, tal como circula en los medios. El pasaje de la biblioteca a los medios cambia la idea de lo popular y de lo literario.

Unos años más tarde bailé tangos con Sarduy en la Boca. El había dado ese día una conferencia donde enunció el ranking literario definitivo. Dijo Sarduy: “Primero Góngora, segundo Lezama, tercero yo”. Y mientras bailábamos me insultaba suavemente por no haber escrito sobre su obra.

Puig y Sarduy no hablaron conmigo de literatura sino de su presencia material  y pública en la literatura: en los medios y en la crítica. Y de eso otro,  o de ese otro,  está hecha su escritura. Los dos representaron la transgresión en todas sus formas: transgresión discursiva, erótica, literaria y política. En los ’60  y ’70, con la teoría del texto, se creía en  la equivalencia metafórica entre trangresión y revolución: entre  violación de los tabúes sexuales, violación de las normas discursivas, y revolución social. En su momento fueron escritores escandalosos pero yo los reivindicaría hoy como escritores políticos. Fueron prohibidos y acosados por la censura latinoamericana; en el caso de Puig (que es el que más conozco) desde el comienzo mismo de su escritura: La traición de Rita Hayworth (1968) fue censurada en España y en la Argentina. Triunfó en Francia con la edición de Gallimard. En 1973 The Buenos Aires Affair fue secuestrada por la censura porque se representaba allí la masturbación de una mujer. El beso de la mujer araña, prohibida en 1976 por la dictadura militar, ganó en 1982 en Italia el premio a la mejor novela latinoamericana. Allí se representa directamente, sexualmente, la relación transgresiva entre las dos revoluciones y sus discursos y cuerpos. La revolución política, “la revolución”, tenía que unirse íntimamente con la revolución sexual y literaria.

Puig y Sarduy muestran una configuración literaria nueva. Escribieron sobre los signos y la circulación, y también inventaron tonos y ritmos, otros modos de narrar y otras subjetividades.

Josefina Ludmer

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